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La Psicología Social y la Psicología Política en -nuestra- América, por Ángel Rodríguez Kauth


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LA PSICOLOGÍA SOCIAL Y LA PSICOLOGÍA POLÍTICA EN “NUESTRA” AMÉRICA

Angel Rodriguez Kauth [1]

Entendemos a la Psicología Política no solamente como un desprendimiento de la Psicología Social, sino fundamentalmente como un nivel superior de análisis e interpretación de la realidad. Para ello se utilizan conceptualizaciones con orígenes psicosociales, todo esto como resultado de una síntesis que absorbe e integra los datos psicológicos y sociológicos del entorno político y económico con un mayor alcance teórico y de aplicación en la práctica de campo.

La Psicología Política aparece en el contexto de “nuestra” América -como gustaba, acertadamente, llamarle el prócer cubano José Martí (1891)- durante la segunda mitad de los años '80, como una consecuencia del desarrollo experimental y de campo realizado por los psicólogos sociales de la región, a lo cual cabe añadirle la -nada desdeñable- toma de consciencia que somos sujetos que viven en países colonizados por el imperialismo y dependientes del capitalismo transnacional.

Se trataba en todos los casos de psicólogos que habían cumplido dos condiciones necesarias para dar lugar a la superación dialéctica del estado en que se hallaban. Estas dos condiciones a que hacemos referencia se pueden desarrollar paralela o interactivamente según cual sea la situación labo­ral y la representación especial por la que transite cada trabajador del quehacer psicosocial.

Ellas son:     

  1. a) atrave­sar los límites de la interpretación de hechos o datos pun­tuales (de campo o de laboratorio) acotados a una inmediatez circunstancial, en donde tradicionalmente se prestigiaba más la aplicación del rigor metodológico como "deporte" intelectual (Rodriguez Kauth, 1990), por sobre la explicación abarcadora y la interpretación integral del fenómeno estudiado; y
  2. b) asumir un compromiso reflexivo y práctico con la rea­lidad política que se está viviendo, la cual abastece de da­tos al investigador, el que -trascendiendo la frialdad del trabajo de corte positivista que utiliza- los siente como suyos, es algo que le duele y que los sufre.

Sin embargo debemos aclarar que sólo con estas dos condi­ciones necesariamente no se va a estar en presencia de una Psicología Política con pretensiones de entidad científica. Con la aparición de ellas solamente se estará en presencia del paso de superación de lo que Maritza Montero e Ignacio Martín-Baró (Montero, 1987) llamaron el momento de la Psicología Política inconsciente al de la Psicología Política cons­ciente. El primer momento al que nos referimos -el inconsciente- tuvo lugar cuando el que­hacer psicológico jugó -para muchos psicólogos- un papel po­lítico importante sin tener conciencia de ello, o lo que es peor, poniéndose al servicio del vasallaje. Ejemplo elo­cuente de esta ultima posición fue la del ex Presidente de la Socie­dad Interamericana de Psicología (SIP), Rogelio Díaz Guerrero (1971), cuando en su discurso de asunción de la conducción de la SIP -en Montevideo- propone un paradigma sobre la enseñanza de la investigación psicológica en Iberoamérica. En el momento -que estamos describiendo en el texto de aquel psicólogo mexicano- no interesaba para quién se trabajase y para qué objetivos; sólo importaba tener trabajo, subsidios, becas, etc., y hacer la labor encomendada lo mejor posible, ajustándola al modelo impuesto/sugerido por los mandantes, cualquiera estos sean y no importaba qué intereses representasen.

El segundo momento estará representado -de manera ingenua- por la alternativa citada en segundo lugar más arriba. Vale decir, se toma conciencia de la situación afligente por la que atraviesan nuestros pueblos empobrecidos por la dependencia político/económica y -consecuentemente- se re­suelve poner el conocimiento y la praxis psicológica al ser­vicio de causas políticas o de movimientos sociales. Esto en Argentina comenzó a perfilarse para finales de la década del '60 y cobró notable impulso hasta que ocurren los episodios terribles y sangrientos con la dictadura cívico-militar-clerical de 1976.

Si bien es cierto hemos anatemizado a aquel momento como ingenuo -infantil, si se quiere- no podemos dejar por eso de reconocer que el mismo denuncia epistemoló­gicamente, debido a que en realidad no se la asume como polí­tica -a la psicología- sino que se la ideologiza, cargándosela con elementos contra ideológicos a los elementos ideológicos denun­ciados, pero ideológicos al fin. En definitiva, no sirve para otra cosa que para enmascarar con los colores propios a la realidad cotidiana sobre la que se pretende actuar con la in­tención ideológica propia (Fernández Christlieb, 1987). En consecuencia -y como síntesis superadora de los momentos an­teriores- podemos hoy señalar que estábamos asistiendo al mo­mento del nacimiento de la Psicología Política de nuestra América, propiamente dicha.

Este momento se caracteriza en que se procura trabajar los datos del comportamiento político/social con plena con­ciencia, no sólo de la realidad externa, sino también de la realidad interna en cuanto se refiere a los condicionamientos de clase del analista y de la parcialidad perceptiva que le afecta y que podía llegar a sesgar la objetividad con que se trabajaban los elementos aportados por el entorno y la realidad mediata que estructuralmente determina los cortes de análisis que se proponga. Sin perder de vista los propios intereses políticos -y por qué no ideológicos- el psicólogo que se ubica en este momento del desarrollo de la disciplina, puede traba­jar los datos y hechos que le ofrece su cotidianeidad -y tam­bién los más extensivos- a partir de una reflexión y praxis profesional que le permita acumular una mayor y mejor calidad de datos que le faciliten interpretar integral y acabadamente la realidad en que se mueve y con la que trabaja.

En este punto creemos interesante hacer una observación sobre lo que venimos desarrollando acerca de la "realidad in­mediata", "el entorno", "el medio en que se mueve", "el pue­blo que lo rodea", etc. En sí mismas estas afirmaciones no contienen contradicción alguna pero, tomadas como caballito de batalla para la lucha ideológica, pueden llevar al psicólogo social que las utiliza a caer en etnocentrismos folklo­ristas, o chauvinismos nacionalistas, del más puro corte au­toritario. En todo caso, estimamos prudente utilizar dichas afirmaciones sólo teniendo presente que lo "inmediato", lo "cotidiano", nunca se dan ni aparecen desencajados de un con­texto mayor. Asimismo, y ya como observación ideológica de quien esto escribe, entendemos que el mundo marcha día a día a niveles de mayor integración, aunque lamentablemente muchas veces -aún- ésta es entendida por algunos dirigentes de pue­blos poderosos como una integración dominante, forzada y hasta de vasallaje.

Algunas prácticas de la Psicología Social, que hacen a la constitución de la Psicología Política, son -por ejemplo- las ya clásicas "encuestas electorales". Este quehacer no se va a poder instalar, como una práctica de la Psicología Política que proponemos, en tanto las investigaciones que se hagan al respecto sean meros conteos de respuestas ofrecidas por muestras. Si bien es cierto las organizaciones de opinión pública, los partidos políticos y las empresas periodísticas, utilizan solamente estos datos que reflejan la popularidad de un candidato o bien la intención electoral previa a un acto comicial, no po­demos dejar de pensar -y decirlo- que esto no es Psicología Política. El investigador que pretenda hacer la Psicología Política que proponemos deberá -aunque a las empresas nos les interese en lo inmediato- avanzar un paso más en su proyecto investigativo, para dedicar parte de su tiempo a profundizar las relaciones existentes entre los fenómenos de actitudes políticas que le encargan, con otro tipo de variables como la desesperanza, la participación social y política, la exposi­ción a la influencia de los medios masivos de comunicación, la tolerancia/intolerancia política partidaria, racial y re­ligiosa, la percepción de fenómenos políticos como la corrup­ción, el papel del Estado y la protección de los Derechos Hu­manos, y tantos otros puntos que hacen a estos estudios ma­cros psicosociales. Obviamente que esto no implica dejar de lado los aspectos referidos a características psicológicas individuales y de micro psicología que pueden realizarse con el trabajo en pequeños grupos o historias de casos.

En este momento del discurso estimamos oportuno señalar algo más sobre lo que no es la disciplina que nos ocupa. Esto lo hacemos debido a que aún existen -dada la juventud de la disciplina- confusiones observables en el quehacer que nos convoca. Quizás un fenómeno por demás notable -que viene desde antiguo- son los intentos de los psicólogos por dar tinte psicológico a los hechos políticos. Suele ser un lugar común por parte de algunos colegas, interpretar la conducta política de los dirigentes -o del texto del discurso político- a partir de psicologizar el fenómeno y descontextualizándolo del espacio en que se produce. Así es posible observar -sobre todo a nivel periodístico- que psicólogos, generalmente uti­lizando terminología psicoanalítica, atribuyen características de personalidad o aventuran diagnósticos psicopatológicos sobre la dirigencia política o sobre el electorado.

Desde hace cincuenta años que se viene repitiendo que Hitler estaba loco, pero con este decir -psicopatológicamente hablando- no se puede explicar o comprender el fenómeno del nazismo alemán. El hitlerismo se expande por el Tercer Reich no a consecuencia de que hay un pueblo que hace suyos los delirios me­galómanos de Hitler, sino que en todo caso se trata de un pueblo que sin estar loco -la psicosis no se cura con la in­vasión y destrucción de Berlín- actúa partes del discurso nazi en razón de las características sociales e históricas por las que atravesó el pueblo alemán luego de la derrota de la Gran Gue­rra y el fracaso de la República de Weimar. En todo caso hoy los psicólogos políticos no podrán tener acceso a una res­puesta sobre el tema de la Alemania nazi con una metodología psicosocial, sino que -en el mejor de los casos- se podrá acceder al conocimiento de lo que ocurrió utilizando la metodología retrospectiva de la psicohistoria.

Lo mismo que venimos relatando de psicologizar las con­ductas que se reflejan en lo político, ocurre en el análisis de textos descontextualizados. A este mecanismo recurren al­gunos colegas tomando una palabra aislada del discurso y ha­ciendo no sólo análisis semánticos sino hasta inclusive anagramáticos. No se trata de que los anagramas de palabras no puedan decirnos o revelarnos cosas ocultas de la palabra to­mada para anagramarla. Simplemente se trata de que una pala­bra puede tener más de un anagrama y que el sentido de estos últimos pueden llegar a ser contradictorios con aquel que hizo suyos el autor de este aventurerismo intelectual de si­llón.

Tampoco se pueden considerar estudios de Psicología Política a aquellos intentos que apuntan a investigar e interpretar las conductas que ideoló­gicamente son coherentes con la posición sustentada por el autor o investigador. A tal efecto vamos a reproducir un pá­rrafo de Arroyo (1986): “El individuo o los grupos sociales son entidades que desarrollan una conducta concreta política cuando adoptan determinadas actitudes relacionales y asumen objetivos orientados a la transformación del medio donde vi­ven”. Dichas las cosas en los términos anteriores se puede inferir que solo hay un quehacer político en las unidades de análisis estudiadas cuando estas ofrecen una conducta orientada hacia el cambio, transformación o progresismo. Resulta obvio que en este análisis las conductas retardatarias, conservadoras, que pretenden mantener situacio­nes instaladas, serían conductas que no presentan interés de análisis psicopolítico debido a que las mismas no contienen ideológicamente una intención revolucionaria, ni tan siquiera progresista.

Sin embargo, desde la Psicología Polí­tica que proponemos, tanto es objeto de estudio la propuesta de Arroyo como su contrapartida, a consecuencia que tam­bién en la acción quietista y no transformadora hay una intención política que se acompaña con procesos psicológicos y psicosociales los cuales son, en última instancia, el objeto de estudio de la Psicología Política que ofrecemos.

Ya para terminar con este escrito, nos queda una refe­rencia al espacio en que se hace esta Psicología Política. Entendemos que es todo aquel espacio en que se haga psicología, ya sea educacional, laboral, organizacional, judicial, vocacional, etc. No tiene un  ámbito laboral específico y propio. En todos los espacios donde se manifiestan las relaciones de Po­der -y donde se expresan sus contradicciones- son espacios de aplicación de esta nueva forma de concebir la psicología. Quizás hoy esto se vea más formalmente expresado -de una ma­nera acotada- en los trabajos que se vienen desarrollando so­bre el tema de las violaciones a los Derechos Humanos (Lira, Weinstein y Kovalskys, 1987; Rodriguez Kauth, 1986 y 1989); a la guerra y a la paz (Ardila, 1986; Rodriguez Kauth, 1987 y 1989); como así también los referidos a los procesos de iden­tidad nacional y de alienación en los términos de Marx y Engels (1848); y utilizados por Montero (1984, 1987), por Salazar (1983) y muchos otros. Se da de suyo que estos no son los únicos temas ni problemas que se están investigando en 'nuestra' América, sino que desde México hasta la Ar­gentina, pasando por El Salvador, Venezuela, Brasil, Colombia y Chile se está desarrollando el conocimiento de los procesos que acompañan a los fenómenos de tipo político, tal como ha pretendido ser nuestra propuesta en esta comunicación.

BIBLIOGRAFIA

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[1] Ángel Rodríguez Kauth es psicólogo, Profesor Consultor Extraordinario de la Universidad Nacional de San Luis, República Argentina.

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